No más pozos solitarios

Cuando tenía 17 años mi mamá me dio a leer uno de los libros que posiblemente más me han impactado en la vida, El pozo de la soledad (The well of Loneliness), novela de la autora inglesa Radlyffe Hall que narra la azarosa vida de Stephen Gordon, una joven lesbiana de la clase alta londinense.

Este libro publicado en 1928 desató una gran polémica por su tema y porque su autora, lesbiana como el personaje central, hace acá una especie de autobiografía que lleva incluso a que la corte inglesa prohiba la obra y se quemen miles de ejemplares.

Cuando tuve esta historia en mis manos, en mi adolescencia de 1975, me conmovió profundamente el dolor, ocultamiento y enorme soledad que vive el personaje central, obligada por la sociedad al ostracismo y castigada por su orientación sexual considerada una perversión.

Pero posiblemente lo que más me asombró en ese momento, fue que casi medio siglo después la situación seguía siendo prácticamente igual para los homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales del mundo.

Sus pozos solitarios seguían multiplicándose en medio de humillaciones, maltratos, suicidios y terribles crímenes contra ellos, por el solo hecho de ser diferentes a lo que las sociedades, influidas por las distintas religiones, determinaron desde siglos atrás como normal o anormal, bueno o malo.
A principios del siglo XX fueron las mujeres quienes enarbolaron banderas contra la discriminación sexual, empezando con los movimientos sufragistas de inglesas y norteamericanas, muchas de ellas hostigadas e incluso torturadas por la defensa de esta necesaria igualdad, cuya búsqueda no ha concluido y está más que lejana para millones de mujeres en todo el mundo aunque puedan votar.
En los años 60 fueron los líderes negros de los Estados Unidos, encabezados por Martin Luther King, quienes iniciaron una lucha contra la discriminación y el odio racial del cual aun miles de sus compatriotas siguen siendo víctimas cotidianas, aunque esa nación tenga su primer presidente afroamericano, Barak Obama.
En los 70 y 80 surgieron con fuerza los movimientos de liberación sexual por parte de las feministas y los homosexuales que reclamaban su lugar como pares dentro de las sociedades occidentales, pero la epidemia del VIH SIDA diezmó millones de vidas y estigmatizó a los hombres gay ya que en estos grupos el virus se propagó terriblemente en sus inicios. Hoy estas comunidades son posiblemente las más conscientes y organizadas en el control de la enfermedad, pero la lucha continúa.

Cuento todo esto para referirme a la noticia que hoy da la vuelta al mundo, y que ayuda a eliminar los pozos de soledades que aun llenan nuestro mundo en este siglo XXI.
La Corte Suprema de los Estados Unidos, en una reñida votación, autorizó el matrimonio gay y con ello igualdad de derechos a las parejas del mismo sexo que a las heterosexuales, en todos los estados de esa nación.
Este paso le permite a cientos de miles de ciudadanos estadounidenses que ya conviven como matrimonios e incluso tienen hijos en estas relaciones, poner a derecho sus situaciones y tener tranquilidad futura.

También le permite a los jóvenes que se preguntaban qué sería de sus vidas amorosas siendo homosexuales, lesbianas, bisexuales o transexuales, no cuestionarse este derecho a vivir en pareja como cualquier otra.

Por todo esto es sin duda un gran paso.
Pero lo cierto es que aun falta mucho camino por recorrer en estas batallas.

Quedan aun millones de pozos solitarios en el mundo, que deben sellarse para que podamos hablar de igualdad, libertad y fraternidad.